kiss-kiss bang-bang!!


sábado, 14 de febrero de 2015


Dios creó un día dos coyotes diferentes y los puso en bosques diferentes para que crecieran y cuando fuera el momento se conocieran.
Uno vivía en un bosque seco de viento y océanos y la otra vivía en una jungla fría de colores.
Mientras crecían en mundos diferentes, ella soñaba con el coyote que la acompañaría a vivir las aventuras que no sabía que quería vivir, el que le daría valor y la empujaría a probar cosas nuevas... el que la iba a despeinar y hacer perder el aliento.
Pero tenía primero que caerse y levantarse y romperse las garras con el tiempo; los momentos felices pasaban como ráfagas de viento y ella siempre tenía la cara hacia el cielo para poder sentir cuando soplara la felicidad y la felicidad venía y la peinaba y la consolaba pero a las canciones que cantaba algo les faltaba.
Así aprendió a cobijarse el corazón y ser feliz por que siempre tuvo mucho frío .
Mientras crecían, él corría por las montañas y pasaba de bosque en bosque probando todo lo que había y lo que había le gustaba; la felicidad venía y lo acompañaba pero los colores se llamaban diferente y a los poemas que leía algo les faltaba.
Aullaron los dos en sus noches, de tristeza o de felicidad, los dos corrieron y dejaron de correr hasta que un día los dos coyotes se encontraron y se vieron a los ojos; a él le gustaron sus palabras y a ella la encantó su libertad.
Se vieron y se escucharon por largo rato, se acercaron y se olieron y ella pensó que nunca había sentido un olor más sabroso que el de él y su pecho empezó a tocar canciones nuevas y su boca empezó a hablar palabras que eran solo para él.
Sus ojos eran el más hermoso color que ella pensó que solo podría encontrar dentro de un volcán y esos pardos la estaban viendo. En sus ojos estaba ella, persiguiendo pajaritos y llevándoselos a él. En sus ojos estaba él, que pescaba animalitos para consentirla y darle de comer.
Ella tenía hambre de ser feliz siempre, de ser libre como él y despeinarse, de no preocuparse más por el frío por que él prometió cobijarla con él mismo de ser necesario, prometió cuidarla de convertirse en presa y la llevó a ver cometas.
Se mordían los lomos jugando y peleando pero él jamás le hizo daño, ella era fuerte como una raíz pero delicada como una fruta.
Él era fuerte como el mar y vigilante como un faro, él la cuidaba y la consentía con gruñidos dulces que aprendió en el camino, le regalaba joyas que encontraba para ella, le cantaba canciones y la arrullaba para dormir cuando el sueño no llegaba por las noches, su madriguera era el lugar más feliz del mundo, el rincón más caliente y el refugio que ella siempre soñó.
Ella quería pagarle con cariño, enseñarle colores nuevos, cuidar su corazón y ronronearle de vuelta sus ronroneos, lo que quería era que los dos encontraran en la libertad la verdadera felicidad.
Aprendió a amar el viento y a callar para escucharlos, al viento y a él. Él le enseñó la percusión de su pecho, lenta y apasionada y ella se enamoró, desde entonces ninguna otra música la hizo suspirar como la de él, se conmovía cuando lo recordaba por más cerca o lejos que estuvieran, siempre estaban juntos, ningún otro refugio le hizo dejar el suyo, el que él le regaló junto a sus tesoros, él era sin saberlo su más grande tesoro, había encontrado el cofre y el secreto y viéndolo a los ojos y tomados de las manos le había prometido cuidarlo mientras dormía y despertarlo con gruñidos secretos que solo él entendía.
Solo él la entendía y ella solo a él tenía.
Desde ese día jugaron juntos y viajaron por los bosques secos por la noche, se deleitaron con las cosas más simples y los ratos a solas, disfrutaron del silencio juntos de las estrellas y las olas.
Eran una jauría de dos, se necesitaban y se apartaban, se juntaban y se alejaban pero sus corazones los llevaban de regreso, con astillas en las patas que el uno sacaba del otro, con historias para saborear cuando se encontraran. Con recuerdos de aventuras que los dos atesoraban.
Algunas veces el se escapaba en su mente y corría solo por otras montañas que solo él conocía pero cuando regresaba ella lo esperaba sonriendo y jadeando de alegría de poder verlo otra vez.
Algunas veces él le ladraba cuando los animales que vivían en su pelo se volvían pesados y le hablaban al oído molestando su naturaleza de furia y de dudas. Pero cuando regresaba ella lo esperaba dormida soñando que él era feliz.
Algunas veces ella no era tierna sino furiosa y su pelo cambiaba de color pero el la veía frágil como cuando la vio por primera vez asomada en su madriguera buscando sombra.
Su jauría era fuerte, se complementaban para no ser vencidos por la dureza del bosque, por las cosas de la vida, por los peligros de la noche y por las mentiras del día.
Se llevaban en los lomos cuando estaban cansados y él la llevaba al mar cuando ella se dejaba llevar, ella lo metía entre nubes y él la dejó acompañarlo en sus aventuras de paz y de guerra y casi hasta el fondo del mar.
Algunas veces él quería olvidar el camino de regreso, tenía dientes filosos y una fuerza que pensaba que tenía que usar, era tan fuerte que era más bien débil, quería conocer otros caminos, quería desaparecer y aparecer.
Luego venía el recuerdo del aullido suave de la sonrisa de la que le había prometido quitar sus espinas y le conmovía el corazón y lo regresaba al sendero que iba a ella.
Ella se había limado los colmillos para no morder, pero sí podía escapar.
Su cola era larga y con ella se podía cobijar, su corazón era suave como fruta madura pero a veces se quería agrietar como hoja seca, como panal.
Cuando ella pensó en dejar la madriguera y escapar, recordó que le había prometido cuidarlo y ahuyentar la necedad de los temores que de vez en cuando regresaban a él y lo perturbaban, él era fuerte como el mar pero frágil como un ala de libélula, fuerte como un árbol pero sensible como lámpara de luciérnaga. Entonces se dio cuenta... ella no se podía ir ¿Quién iba a encender la lámpara si se apagaba? ¿Quién le iba a susurrar que todo iba a estar bien? ¿Quién iba a cuidar la madriguera cuando él se iba a buscar historias de libertad?
Sabia que el jardín de su corazón también se iba a descuidar si huía, él era quien quitaba la maleza y les hablaba a sus flores para que crecieran más, si se iba, las espinas nacerían y la envolverían otra vez y sería como antes, cobijada y con frío, rodeada pero sola, despojada de su tesoro, sola.
Lo vería después y ya no lo reconocería, lo olvidaría y con el su olor se iría, ya nada de él la enternecería y ese fuego en su pecho lento pero seguro, en hielo se convertiría.
Se asomó fuera de la madriguera y se quedó pensando, si Dios la había creado para acompañarlo a él, o talvés ella lo soñó. Así con las garras clavadas en la entrada de su refugio recordó todo lo que se habían prometido, lo que los gruñidos y ladridos que lastiman no podían apagar, lo que los había enlazado, lo que los hechizó al uno del otro, los momentos, las canciones, los sabores, las promesas, los sueños, los viajes no cumplidos y las fotos que no se habían tomado.
Y recordó que él también se conmueve con ella, que también recuerda las mismas cosas y que también de ella se puede volver a enamorar.
Él sabía que era más fácil conquistar una batalla cuando hay alguien al otro lado. Él recordó que el frío ahora era bueno por que con ella se calentaba, que el fuego estaba encendido por que ella lo soplaba.
Así desenredaron la hojarasca que les punzaba las orejas, así espantaron los temores de desilusión que no sucederían, así se curaron las heridas de las astillas de la guerra que tenían en cicatrices entre los dedos.
Así siguieron juntos en una jauría de dos, mordiéndose y jadeando, ronroneando y aullando; Recorrieron junglas que habían soñado recorrer, vieron más cometas de los que pensaron ver, subieron árboles cada vez más altos, y a mares cada vez más lejanos, ella le ahuyenta las dudas y le desenreda el pelo; él la cuida de las garras de la tristeza y susurra canciones que le lleva el viento.
Y en el bosque seco de la duda no se volvieron a ver, pasan de jungla en jungla una montaña a la vez.
De vez en cuando se escuchan... el aullido de uno, que parecen ser dos.


Voilà la cerise...plus juteuse et trop passionnée!!

Voilà la cerise...plus juteuse et trop passionnée!!
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